Tenemos la buena noticia de que otro Ilustre miembro del Donostiarrak, Joserra Basterra (que ha aprovechado bien estos tiempos de confinamiento y reclusión casera) saca su primer libro autobiográfico sobre su infancia y adolescencia en el barrio de Gros. El título del libro es "Los chavales de aquel barrio de Gros". Contiene un prólogo de otro Ilustre " grosero", Álex Naya.
Ya a la venta en Hontza y en Lagun, además de otras 3 librerías de Gros… y si no, el propio Joserra os venderá muy gustosamente su libro, y seguramente dedicado y todo.
Escribir sobre Gros es sencillo y agradable, porque declaro con sumo orgullo que también pertenezco a esa legión de "groseros" y "groseras".
En este relato, contado por un autor novel que además de amigo es un entusiasta convencido en todas las facetas y actividades que desarrolla, se ofrece una mirada a las vivencias del barrio en los años 50 del siglo XX.
Puede que haya influido de alguna manera la pandemia que revolotea sobre nuestras cabezas, esta lacra que se ha llevado la vida de personas que podían haber sido protagonistas de las vivencias de esta historia, pero leyéndola no he podido reprimir la nostalgia del recuerdo en forma de olores y sabores.
El perfume a incienso y misal mezclado con el olor a sudor del esfuerzo de los padres de familia por sacar a su prole adelante. Sí, los padres de familia, porque las madres nunca tuvieron ese reconocimiento en una dictadura donde solo se admiraba la procreación y el cuidado de su marido e hijos.
El aroma a salitre que acompañaba a los bulliciosos juegos en sus plazas y calles. El olor a suelo mojado cuando la lluvia regaba sus frontones o el Manteo, lugar de esparcimiento donde el brilé mezclaba a niñas y niños provocando las primeras miradas inocentes.
El hedor rancio de la educación adicta al régimen, donde el canto del himno franquista era el primer contacto con la escuela y en el que los niños y las niñas estaban separados para recibir una formación adecuada a su sexo.
El olor a caramelos y otras golosinas, comprados a las cesteras, consumidos entre los aplausos o pataleos en gallito del Cine Trueba. El sabor a adrenalina provocada por los nervios que generaban algunas escenas, de obligada confesión y arrepentimiento en el Cine Savoy, después de haber burlado el marcaje del portero por aquello de no tener edad.
El sabor al sol en la playa o en el Pozo de la muerte, donde el juguete eran las olas y el bronceado su tributo.
El tufillo a alcanfor del traje de primera comunión que anteriormente había utilizado alguien de la vecindad y que lo habían prestado, porque todo se compartía.
El perfume de aquellas manzanas caramelizadas que se vendían en los puestos de las ferias y verbenas, en las que un baile podía ser la antesala del primer beso.
Con este relato se emocionará, reirá y sentirá como suyas diversas situaciones que aquella buena gente gozó y soportó. Una generación que subsistió sumergida en la necesidad de todo: dinero, derechos, tiempo, libertad; pero que estaba sobrada de alegría, sinceridad, trabajo, compromiso y solidaridad.
«¡Pasen y lean!», como dirían en un circo literario. En el circo de la vida del barrio de Gros en una época no tan lejana.