La maratón de Nueva York bien merece una segunda crónica. En este caso es Mari Mar Escrig quien comparte con todos nosotros su experiencia en esta gran maratón.
"IT´S UP TO YOU, NEW YORK, NEW YORK
Hay carreras que trascienden lo puramente deportivo, que te inspiran, te despiertan sentimientos y sensaciones increíbles y son una experiencia vital. La Behobia-San Sebastián es una de ellas y la maratón de Nueva York es otra. Ambas carreras tienen muchas cosas en común: un perfil exigente, una animación extraordinaria y que son una verdadera fiesta, en la que todo el mundo se siente invitado y hay cabida para todos. Su enorme poder de convocatoria no es casual sino causal.
Empecé a correr con el único objetivo de hacer una Behobia y empecé a entrenar una maratón solamente por vivir la experiencia de Nueva York, así que en febrero me decidí y con los ánimos de la familia (otra chaladura?), saqué el dorsal, con el que no solo estaba comprando un pase para la mejor maratón del mundo, sino que me estaba autorregalando una enorme ilusión que me ha tenido motivada todo el año.
Los meses de entrenamiento empiezan pronto, en pleno verano y es complicado cumplir lo planificado. Es lo malo de las carreras tempranas. Claro que siempre habrá veranos para cometer errores y otoños para subsanarlos, así que incluyo las cuestas en mis entrenos y cumplo con cierto rigor mi plan, sobre todo gracias a la ayuda de Felix que me asegura compañía los sábados y me lleva a un ritmo constante como si fuera un reloj suizo. Este año hemos tenido mucha enfermería en el grupo y no es hasta que llega septiembre cuando vuelven algun@s y todo resulta más fácil. Con ell@s, los días malos se reinventan, haciendo que vuelva a casa con una sonrisa y siempre me ayudan a poner una nueva página cuando estoy a punto de pedir punto final.
A primeros de noviembre vuelo a Nueva York con mi hermano pequeño y mi sobrino, dos botilleros de lujo para el planazo del año. En Nueva York hace muchísimo calor, algo inusual para esta época del año y disfrutamos de la ciudad, redescubriéndola con la mirada de un niño de 11 años.
El día de la carrera no necesito despertador: entre el jet-lag y los nervios, no duermo apenas. Pero ya se sabe que hay algo en el aire de Nueva York que hace que dormir sea un desperdicio. Son las 5:50h cuando cojo el ascensor del hotel y conozco a César, donostiarra como yo, que reconoce inmediatamente mi camiseta y vamos juntos hasta la salida en Staten Island. Me cuenta que entrena solo y suele vernos por los puentes corriendo en grupo en animada conversación, por lo que le animo a unirse al Club. Me dice que esta vez ha entrenado en millas, tras varias maratones en Nueva York y pienso en todo lo que me queda por aprender…, qué profesional. Charlando y desayunando, las horas previas a la carrera se me pasan volando. Hace un día estupendo, nada que ver con el frío de otros años.
En la salida, el speaker nos da la bienvenida exultante, con el optimismo yankee habitual y suena el himno. Pero lo mejor viene después: Frank Sinatra a un volumen ensordecedor que nos pone los pelos de punta y hace imposible no emocionarte: salimos entusiasmados.
La carrera pasa por los cinco distritos de Nueva York: Staten Island, Brooklyn, Queens, Bronx y Manhattan. El inicio de la carrera coincide con la subida al puente Verrazano-Narrows, el mítico puente colgante que tengo la suerte de que me toque pasar por arriba, impresionada por la vista de miles de corredores y de la bahía. Es un repecho que no me resulta tal aunque en la bajada ya voy empapada en sudor, por lo que me aseguro de parar en todos los avituallamientos para que la carrera no se convierta en mi Vietnam particular. La humedad es brutal.
Atravesamos Brooklyn, donde hay un ambiente impresionante, con muchísimos grupos de música que te dan ganas de pararte a bailar y me emociono cuando escucho un “Aupa Donostiarrak” justo antes de entrar en Queens, donde nos hacen una especie de pasillo como si estuviésemos en el Tour de Francia. El público está entregado y cómo se agradece. Sigo irremediablemente embalada, como una niña con zapatos nuevos.
Unos kilómetros después de la media maratón, el Queensboro Bridge nos conduce a Manhattan y aunque tiene fama de ser un tramo duro, porque se pasa por el lado cubierto, está oscuro y no hay nadie, a mí no me lo parece porque es un momento con mucho silencio, en el que conectas contigo mismo y tus sensaciones. Además, empieza a llover y el ambiente se refresca un poco.
La salida a Manhattan te recuerda de nuevo el fiestón al que has venido, con el público jaleándote como si fueras una estrella del rock (en mi caso, a punto de entrar en sus horas bajas). Estamos en el kilómetro 25 y al cabo de unos kilómetros, lo siguiente es el Bronx, algo menos animado y que da paso a la Quinta Avenida, que es con diferencia el tramo más duro, porque vas justo y es una subida continua. Me lo imaginaba un paseo entre las nubes y resulta un rompepiernas. Tiro de cabeza, porque el cuerpo me pide tregua aunque no pienso dársela. Pienso que las cuestas de Miramón y el Costa Vasca me han machacado las piernas como para que ahora la maratón de Nueva York no pueda hacerlo. Aprieto los dientes y solo me permito pensar en cosas positivas: los pocos kilómetros que me quedan, que los troceo en pequeños logros, la cantidad de gente a la que voy adelantando, el donuts rosa XL que me voy a comer en la llegada… y recupero un poco de ritmo en las escasas bajadas, para animarme y tener sensaciones positivas.
Cuando ya solamente resisto, veo por fin a Pablo y Eneko: no podían haber elegido mejor tramo para animarme. A miles de kilómetros me hacen sentir en casa y me dan los ánimos que necesitaba para recorrer las últimas millas por Central Park, que se hacen eternas, maldita métrica. Y como colofón, los últimos metros vuelven a ser cuesta arriba para por fin cruzar la meta, exhausta pero completamente feliz. Todo está perfectamente organizado y el paseo hasta la salida de Central Park con mi medalla y el poncho azul me parece un lujo al alcance de pocos. Escucho tantas felicitaciones que casi me abochorna pero aquí las cosas son así: el reconocimiento es enorme y hacen que disfrutes el doble de tu logro. No me quitaré la medalla en 2 días….
Me encuentro al fin con Pablo y Eneko que están casi tan emocionados como yo y me como el donuts soñado, aunque no sabe tan bien como el que imaginaba cuando iba por la Quinta Avenida sufriendo como un perro, cosillas de la imaginación.
Una carrera de diez, que sigue siendo muy auténtica pese a la magnitud que tiene y cuya dureza, lejos de romper el hechizo, solo la hace más grande. Y una ciudad increíble para imaginar la mejor celebración posible. En Nueva York todo es posible. Solo depende de ti."
Zorionak, Mari Mar!