Zegama is different
Uno tiene ciertas rutinas marcadas en el calendario y una de las mías era la de apuntarme a la maratón Zegama-Aizkorri, a sabiendas de lo difícil que es que te toque un dorsal en el sorteo. Este año era la décima vez que me inscribía, porque sabes o intuyes que no te va a tocar… hasta que te toca. Éramos 13.000 korrikalaris, con 35.000 números posibles en el sorteo (yo participaba con 10 números, tantos números como años inscrito), para un total de 200 dorsales aproximadamente.
Las últimas maratones las he corrido con Javi Elías, José y Alicia. El próximo en nuestra mente era Tokyo 2023 (5 de marzo). Pero en el mes de septiembre pasado se dio el hecho que ellos consiguieron el dorsal en el sorteo y yo me quedé fuera. Tuvieron suerte en el sorteo y yo no. Esto implicaba que mi sueño de hacer las Six Majors tambaleaba. “Ahora tendré que ir hasta allí yo sólo” me decía. Por más que lo intenté, tocando puertas a las agencias especializadas en este tipo de viajes, no hubo manera. Viendo en panorama les dije “estas cosas ocurren por algo, y este año me tocará la Zegama”.
Pues llegó el 24 de febrero, eran sobre las 19 de la tarde, cuando recibo la llamada de Alicia (he de confesar que me pilla limpiando los baños): “¡Mikel, que te ha tocadooo!”… “¿Pero, qué me ha tocado?”… “Pero vamos, ¿qué se sorteaba hoy?”… “Y yo qué sé, ni idea”… “La Zegamaaaa”… Sabía que con estas cosas no podía estar jugando, no me lo podía creer… una mezcla de alegría y nervios me vino encima, no me lo podía quitar de la cabeza. Pero así fue la realidad y así os lo cuento. Las consecuencias fueron que estuve dos noches seguidas que me costó mucho conciliar el sueño y que por las mañanas me despertaba antes de lo debido. Pero lo tenía claro, iba a ir a por ello, a por la Zegama sí o sí. Hasta el punto que, unos pocos días antes al sorteo, ya me comprometí a jugar el partido de veteranos de fútbol correspondiente al centenario del Euskalduna, equipo donde milité muchos años, contra los veteranos de la Real Sociedad, pero viendo que el riesgo de lesionarme era grande, tuve de renunciar al partido que se disputaría 2 semanas antes y apostarlo todo por la maratón. Después de tantos años intentándolo, creo que hice lo correcto, que merecía la pena.
Tras 5 años sin correr en monté vuelta a calzar las zapatillas de trail y como las cabras “pal monte”. Lo tenía claro, no quería meter “kilometradas” por monte, el objetivo era estar en la salida del 14 de mayo, y de ahí que, entre semana, no cambié mis hábitos (2-3 entrenamientos de 1 hora por asfalto, con la inestimable compañía de Ainara y José Ángel Bernal, que tras la lesión ha vuelto y no sabéis cómo… por cierto, aprovecho para decir que José Angel quiere correr Sevilla en el 2024, por si alguno se anima a ir con él, porque vaya turrada me está dando) y los fines de semana, eso sí, un entrenamiento largo por monte entre 4 horas y 5 horas y media con desniveles entre 1.500 y 2.100 metros positivos. ¿Lo peor de una preparación de éstas? El entrenar solo, no me gusta hacer deporte en solitario. De los 9 entrenamientos largos solamente 2 pude hacerlas en compañía, una con los Txipitrail y otra con Tanit (que consiguió el dorsal para Zegama a falta de 3 semanas para la carrera).
Entre mis oraciones no pedía otra cosa más que no hiciera calor… y me temo que me excedí en mis ruegos. 4 días antes de la cita llegó la tan ansiada lluvia por mucha gente y el descenso de temperaturas. La víspera, el sábado, ya sabíamos que el domingo tendríamos lluvia ininterrumpida y frío en las cimas (5 grados con vientos racheados). “Es lo que hay y no hay marcha atrás” nos decíamos.
El domingo madrugón, un desayuno amplio y a Donostia a por Tanit. A las 7,15 ya estábamos en Zegama. No queríamos vivir los momentos que le tocó vivir el año pasado a nuestro director de carrera (actual director del Txipitrail) por andar tarde, por eso decidimos madrugar. A las 8, tras la recogida de dorsales, Iñaki Lasa y su mujer nos acogieron en su autocaravana aparcada a un minuto de meta. Y qué bien nos vino, porque la que caía, no estaba escrito… Fue un momento bonito, de charleta, de calmar los nervios, de reír un poquito, de mirar al cielo y decir “que esto es una nube pasajera”… 10 minutos antes tocó pasar el control de acceso y a mojarnos. Bajo el diluvio la plaza llena (¿pero cómo puede estar esto así (abarrotado) con el tiempo que hace (diluviaba)? Zegama is different).
Con el pistoletazo fuera ponchos y a correr, la mejor manera de entrar en calor. Los primeros 12 kms los hice con Tanit (vaya jabata está hecha), íbamos a un ritmo vivo, pero era lo que pedía el guión. En mente no tenía otra cosa que superar el corte de Sancti Spiritu (km 19, 3 horas y 15 minutos), corte que la gran mayoría me preguntó cuando supo que me había tocado el dorsal “¿para pasar el corte sí, Mikel?”. Hasta Otzaurte fui feliz (agradecer los ánimos de Markel y Carmen en este punto), de ahí en adelante veía que Tanit iba con un punto más que yo y finalmente se me marchó en el km 12. En los últimos 200 metros de desnivel de Aratz sufrí la primera agonía (yo y todos), porque tras la incesante lluvia llegó la granizada, acompañada por un vendaval y temperaturas muy frías. Se me puso mucho dolor de cabeza, me quedé helado y tras coronar la cima, no dudé en bajar lo antes posible de aquel infierno. Hubo un momento que me sentía mareado, no veía bien… no sé si era un punto de hipotermia o qué, pero no lo pasé bien… La bajada a Sancti Spiritu se me hizo larga, el reloj avanzaba y finalmente el primer objetivo cumplido, eso sí, por 5 escasos minutos (3 horas y 10 minutos). Ahí comenzaba la subida a Aizkorri. ¿Y qué me decís del ambiente en ese punto? Muchos años lo he vivido desde fuera, y vivirlo desde dentro no tiene precio. Un pasillo humano a ambos lados que te lleva en volandas hacia arriba. Ahí estaban José, Alicia, Elías y Ainara (previamente estuvieron en Otzaurte también). Cómo se agradecen esos ánimos y más en un tramo donde dabas un paso arriba y retrocedías otro tanto a causa del barro. Con la piel de gallina, di comienzo a esa subida, que es brutal. No iba bien, más bien justito… a mitad de la subida me crucé con Jesús Egimendia (eskerrik asko por los ánimos, qué grande eres). Poco a poco, llegué arriba, bastante vacío, la verdad (y todavía te queda casi la mitad de la maratón, eso sí, ya te has “comido” 2.100 metros de desnivel positivo, lo más difícil está hecho). Me tomé mi tiempo y era el momento de comer bien y mucho, había que llenar el depósito y creo que ahí di en el clavo. Ahí comencé a disfrutar de la maratón. Bajando a Urbia me junté con un chico que no le conocía, de Añorga (Mikel Goenaga), korrikalari con quien hice toda la segunda mitad de la carrera. Y lo dicho, en compañía, los entrenamientos, las carreras… todo se hace mucho más ameno.
La anécdota fue que en la bajada íbamos 5 korrikalaris… rápidamente nos alcanzó un sexto y yo sin conocerle, me dice “¡aupa Donostiarrak!”… me giré y le dije “tú sí que vas bien”, a lo que me contestó “sí, soy el escoba”. Reíros, reíros, pero fue la verdad… No sé qué cara le puse, pero en seguida me dijo “lasai eh, que llevamos más de 20 minutos de margen, el tema es que en Sancti Spiritu han quedado fuera del corte más de 50 korrikalaris y os acabo de alcanzar”.
Urbia es una zona donde se puede correr durante casi los 6-7 kms. No paramos la verdad y fuimos a un ritmo goxua, controlando el reloj. A la altura del merendero de Urbia llegó el momento de afrontar el último monte, Andraitz. No es larga, pero para unas piernas fatigadas por el estado del piso (barro para dar y regalar) había cierto respeto. La subida la hicimos bien, sin parar, ritmo bastante bueno también. En la cima estábamos en el km 30 y si piensas “va, ya está, carrera superada…” estás muy equivocado. Esa bajada, con la climatología que teníamos, es una barbaridad. No sé si alguna vez he corrido entre tanto barro. La tendencia es hacia abajo, pero esos repechos que tiene… bufff. Yo seguía con mi amigo de Añorga (tras dos horas ya nos hicimos amigos), él se me iba quedando y yo me encontraba bien (bueno, algo mejor que él). El escoba ya se quedó atrás con el que luego sería el último. El añorgatarra me decía que me fuera, pero no, lo tenía claro, quería terminar con él. ¿Qué iba a adelantar 10 minutos en total? Sabía que a ese ritmo andaríamos sobre las 7 horas y media y 7 horas 40 minutos. Y me quedé con él. Y no me arrepiento, porque el final fue precioso.
Él esperaba a su hija de 3 meses en meta, yo esperaba a mis amigos… A falta de 2 kms comienzas a saborear el final, comienzas a escuchar al spiker, la música, le miras al amigo de viaje, comienzan las primeras sonrisas, la carne de gallina, qué momento más difícil de describir y qué bonito. A falta de 300 metros, el último repecho, desde lejos escuchas una algarabía tremenda, “Mikel, Mikel…” (se da el hecho que el colega de Añorga también era Mikel, en un principio no supe si los ánimos eran para mí o para él). Pero fue él quien me dijo, “Mikel disfruta del momento, es tu momento”. Ahí estaban Iñaki Lasa, su mujer Ixiar, José, Alicia, Ainara (con quien comparto muchos kilómetros entre semana) y Unax, mi hijo (Javi Elías, como buen aitatxo, ya cumplió conmigo y se marchó a casa a comer con la familia). Buff qué momento (mientras escribo estas líneas me salen las lágrimas). No esperaba verle a mi hijo. Con 15 años, tras terminar su entrenamiento en Orio, se fue a casa (tren+autobús), comió la comida que le dejé preparada y tuvo la valentía de coger el tren (ahora el de Renfe) al mediodía hasta Beasain, allí un taxi hasta Zegama y todo por ver a su aita llegar a meta. Qué sorpresa, qué momento… El abrazo de Iñaki Lasa, con sus 14 Zegamas en las espaldas, ahí te das cuenta de qué bonito es ser querido. Amigos como estos no tienen precio. Para cuando me soltó Iñaki y me giré, me di cuenta que mi colega de Añorga, el otro Mikel, decidió esperarme, contemplando el momento de mi celebración. Ya nos adentramos en el zig-zag de Zegama, escuchas tu nombre, el del otro Mikel por megafonía, la gente agitando las vallas y llegó el momento de él, momento en el que le esperaban su mujer y su hija. Cogió a su hija y le dije “Mikel, disfruta tu momento”. Le esperé y cruzamos la meta juntos. Momentos para el recuerdo. Qué bonito es cuando todo sale tan bonito.
No quiero terminar sin nombrar el papel de Tanit. Fue mi compañera de viaje hasta Zegama, también en los 12 primeros kms de la maratón. Conseguir un dorsal a falta de solamente 3 semanas y hacer el tiempo que hizo en meta, no hace más que dejar patente la calidad que tiene. Zorionak Tanit. ¡Eso sí, todos esperamos tu crónica, eh! No todo va a ser bonito aquí...
Agradecer también a muchos, muchísimos integrantes de este club, que algunos antes, otros después, y otros antes y después de la carrera, han tenido el detalle de acordarse y de escribirme un wasap, los primeros para desearme suerte y los segundos para felicitarme y los terceros para ambas cosas. Ahí se demuestra que, al igual que Zegama is different, el Donostiarrak también tiene algo, que le hace diferente. Es muy probable que alguno más del club estuviera viendo la carrera y que no lo haya nombrado, en este caso barkatu.
Para terminar, si eres uno de esos pocos socios que has conseguido llegar, tras esta tremenda chapa, a estas alturas del relato, eskerrik asko bihotzez. En la vida acostumbramos a compartir más nuestras “malas leches” que las cosas buenas, y esta vez quería compartir este sueño hecho realidad con vosotros. He tenido la suerte de ser un agraciado en el sorteo tan difícil como éste, he tenido la suerte de terminarla aunque la climatología era súper adversa (de los 530 korrikalaris terminamos 355). Sé que algunos de vosotros seguís soñando con poder correr esta carrera, no desistáis, seguid intentándolo porque en la insistencia está la clave y alguna vez os llegará la oportunidad. Y sí, sé que en la clasificación Mikel Uralde saldrá que fue penúltimo o antepenúltimo en la Zegama-Aizkorri del 2023, pero la felicidad que tengo ahora mismo en el cuerpo no me la quita nadie.
Eskerrik asko guztioi bihotzez.
Gora Donostiarrak!!!